LOS HEREDEROS DE CARDOEN

Los hijos de Carlos Cardoen Cornejo han asumido la dirección de un puñado de empresas diversificadas y concentradas en el mercado local. El grupo factura más de US$ 100 millones al año y tiene hoteles, un casino, una viña, una inmobiliaria y empresas de servicios para la minería y la energía. Desde hace unos años, sus ocho hijos son los propietarios de la sociedad matriz. Dos de ellos, Andrés y Diego, dirigen las dos mitades, y otro, Emilio, maneja la viña. Aquí, hablan en nombre del padre.

Por Víctor Cofré y Juan Pablo Figueroa

Carlos Remigio Cardoen Cornejo, 77 años, tiene ocho hijos. El mayor nació hace 52 años y el menor hace 21. Seis de ellos participan en las empresas que fundó su padre y dos dirigen las dos mitades en las que se reorganizaron administrativamente, el año pasado, sus áreas de negocio. Pero todos, los ocho hijos, son los accionistas, en partes iguales, de la matriz de las empresas del grupo: Inversiones Vichuquén S.A., según los registros societarios que revisó PULSO. Cada uno de ellos tiene el 12,5% de ese vehículo de inversión del que se descuelgan empresas de un grupo que en 2017 ganó $ 2.705 millones, como registra una memoria que el grupo preparó para resumir los últimos cinco años de gestión (ver infografía).

Andrés Cardoen, 47 años, el tercero de los ocho hermanos, ha liderado los negocios familiares en términos ejecutivos. Es el gerente general de Vichuquén y era hasta 2018 el director ejecutivo del denominado Grupo de Empresas Cardoen. El año pasado, sin embargo, la familia reordenó roles por especialización. Andrés Cardoen asumió la dirección ejecutiva de los negocios industriales y agrícolas, y Diego, 41 años, ocupó el mismo cargo para los hoteles, el casino y la inmobiliaria. Las dos áreas pesan casi lo mismo en Ebitda. Otro de los hermanos, Emilio, es el gerente general de la Viña Santa Cruz. Los otros hermanos tienen otras posiciones.

El mayor de todos, Carlos Cardoen Aylwin, tiene negocios independientes en el sector inmobiliario, pero está en varios directorios. Rodrigo es director comercial de la empresa New Tech Copper, que presta servicios a la minería, y Francesca es gerenta de productos de los hoteles.

Los dos menores no participan en las empresas. Sebastián ha emprendido en solitario, es socio de Aeronit, firma que representa en Chile a la fabricante de aeronaves Piper Aircraft, y el menor, Álvaro, 21 años, estudia Ingeniería Civil.

Los ocho hermanos Cardoen tienen participación paritaria en la propiedad de Inversiones Vichuquén, la que fue constituida en 2009. En ese directorio están el padre y sus hijos Carlos, Andrés, Diego y Emilio. El padre no es el propietario de la matriz. “Efectivamente, no es el dueño. Eso está dado por la transición generacional de los últimos años, en donde los hijos hemos tomado las responsabilidades para administrar las compañías. Al mismo tiempo, la propiedad de las empresas ha cambiado en ese sentido”, explica Andrés Cardoen. Resuelto aquello, falta reglar las relaciones futuras. “Está pendiente como familia trabajar el gobierno corporativo a futuro”, agrega Andrés.

Carlos Cardoen Cornejo tiene, en todo caso, activos propios: campos, propiedades y una participación directa de 30% en la sociedad que controla el casino de Colchagua, cuyos dividendos financian la Fundación Cardoen, que administra cinco museos. La malla es más compleja y en ella también hay sociedades en Panamá, como Everton Holdings Limited. “Tenemos unas sociedades antiguas en Panamá. Desde hace dos años que Panamá no es paraíso fiscal y, al mismo tiempo, estamos aprovechando esas sociedades como plataformas para el crecimiento del tema energía”, asegura Andrés Cardoen. La familia, afirma, no repatrió fondos cuando se abrió la opción de hacerlo, hace unos años, en atractivas condiciones tributarias. “No tenemos ni teníamos capitales en el exterior”, dice.

La sucesión está resuelta, pero el padre sigue presente. A la espera de un juicio por extradición que EE.UU. inició este año y que lo tiene con arresto domiciliario en su casa en Colchagua desde abril, Cardoen Cornejo se ha concentrado en los últimos años en sus museos y pasiones. Pero no se ha alejado del todo. Preside las empresas y aconseja a sus hijos. Lo asegura Diego: “Él está dando la impronta en innovar (…) No hay nadie más inquieto que nuestro padre para que veamos las cosas de una forma diferente”. Lo dice porque muchos de sus negocios son de nueva generación, tienen 15 años de antigüedad promedio y se alejan del rubro que hizo conocido el apellido familiar: la fabricación de explosivos y armas, algo que ya no hacen. Hoy es un grupo distinto.

LA DIVERSIFICACIÓN

Las empresas de Cardoen nacieron en 1977 con la producción de explosivos para la minería del cobre. A petición del gobierno de Augusto Pinochet, cuando EE.UU. prohibió la venta de armas a Chile y existía la amenaza de conflictos bélicos con países vecinos, Cardoen amplió sus actividades a la defensa. Lo describe así el agente estadounidense Ricardo González, citado en la petición de extradición ingresada en los tribunales chilenos: “Cardoen es un empresario chileno cuya habilidad está basada en su educación: obtuvo un doctorado en metalurgia en la Universidad de Utah. Dicha instrucción aportó las bases para que formara una empresa que fabricaba armamentos en Chile a principios de la década de 1980”. 

Cardoen llegó a tener plantas en Chile, España, Grecia e Italia: el 80% de sus activos estaba fuera de Chile. Todo cambió en 1993, cuando EE.UU. acusó a Cardoen de usar estratagemas para exportar desde ese país a Chile insumos para la fabricación de bombas de racimo que en los '80 vendió a Irak. La acusación le cerró fuentes de financiamiento internacional y se le cursó una alerta roja que le ha impedido salir de Chile desde entonces. Este martes declarará en la justicia chilena por el caso.

A fines de los 80, Cardoen inició su diversificación: ingresó al Banco del Pacífico -lo vendió poco después- y en 1990 entró a la Compañía Chilena de Fósforos y, a través de ella, a la Viña Tarapacá. En 2003, y por presión estadounidense, que puso trabas a sus negocios vitivinícolas en ese país, Cardoen vendió en US$ 52 millones su participación. Ese dinero se invirtió en el desarrollo de otros negocios.

En 1999, los Cardoen abrieron la eléctrica EnorChile; el 2000, el Hotel Santa Cruz; en 2003, la Viña Santa Cruz; en 2004, la productora de productos fitosanitarios New Tech Agro; en 2009, el casino de Colchagua. Las piezas, todas juntas, sumaron en 2017 ingresos por $ 80.179 millones (US$ 125 millones) y un Ebitda de $ 7.015 millones. La cifra descendió el año pasado por el término de un contrato eléctrico con Metro.

Su volumen de negocios es relevante, pero modesto en relación a otros grupos empresariales locales. “Tenemos un tamaño pequeño, donde cada empresa es exitosa en lo que hace”, afirma Diego. El padre repite una máxima: la carrera no la gana el más grande, sino el más rápido. Y les pidió otra cosa: ubicarse en la cabeza de las operaciones de cada firma. “No tenemos una vocación financiera ni la vocación de formar empresas para venderlas”, agrega Diego. 


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NEGOCIO A NEGOCIO

Los hoteles, la inmobiliaria y el casino aportan hoy la mitad del negocio. A los hoteles Santa Cruz y Almacruz, ex Galerías, que completan 280 habitaciones, la familia pretendió sumar un hotel en Isla Negra, un proyecto de 28 habitaciones que pospusieron, dice Diego Cardoen, porque la competencia de Airbnb tornó inviables los proyectos más pequeños.

En el área de casinos, en 2008 se asociaron a la familia Martínez, dueña de Enjoy. Los Cardoen tienen el 60% del casino de Colchagua; Enjoy, el 40%, pero asumieron la gestión. Cuando el fondo estadounidense Advent entró a la propiedad de Enjoy, en enero de 2018, comenzaron los problemas: los nuevos socios cuestionaron la presencia de Cardoen por su pasado. “Lo consideramos una tremenda ofensa”, dice Diego Cardoen. Los Cardoen asumieron la operación y desde hace un año han negociado la compra del 40% de Enjoy, sin poder lograr acuerdo en el precio. “Con los Martínez hemos trabajado muy bien, pero con un fondo estadounidense eso es inviable, así que vamos a tener que llegar pronto a una solución”, cuenta Diego.

En el rubro inmobiliario, que explotan con renta en oficinas, loteos industriales y de segunda vivienda, el grupo suma un patrimonio voluminoso para proyectos: terrenos por unos US$ 25 millones.

EnorChile, una de sus mayores empresas, tiene tres actividades: comercialización, operación de centrales y generación propia. La firma gestiona 250 MW térmicos (80 MW propios) y administra para terceros el despacho de la producción. “Estamos operando el 70% de la energía solar y el 40% de la energía eólica”, dice Andrés Cardoen, quien pretende exportar su modelo de negocios y está mirando Colombia y Panamá. También han analizado crecer en energías renovables, básicamente solar y eólicas, como inversionistas y operadores.

La viña, que vende $ 2.500 millones al año y 400 mil botellas, se focaliza en Chile, pero también envía parte de su producción a China. Y a EE.UU., gracias a un intermediario argentino.

El grupo, hasta ahora, tiene solo residencia en Chile. Algo que es consecuencia de las acusaciones de EE.UU. “Dada la restricción que existe por la alerta roja, nos concentramos en Chile”, dice Andrés.

EN EL NOMBRE DEL PADRE

A diferencia de su padre, los hermanos Cardoen viajan por el mundo sin dificultades. Todos poseen pasaporte europeo, porque tienen también la nacionalidad belga. Su abuelo proviene de ese país, donde su apellido se pronuncia Cardún. Así lo pronuncian ellos. Ese apellido es reivindicado por todos los hijos. También a lo que se dedicó su padre en los 80, cuando, justifican, Chile requería formar su industria de defensa.

Dice Diego, oficial de reserva de la Fuerza Aérea, exalcalde de Vichuquén cuando tenía 27 años: “Lejos de sentirnos cuestionados en lo moral, nos sentimos muy orgullosos (…) Creemos que, en el contexto internacional de hoy, quizá no lo haría, pero cuando lo hizo, fue muy necesario para Chile y eso se lo transmitimos a nuestros hijos”.

Y dice Andrés, el gerente general de la matriz de los Cardoen: “Los norteamericanos quieren que mi padre se muera con la alerta roja puesta. Él actuó con absoluto conocimiento de ellos. Mi padre apostó por Estados Unidos, tenía sus oficinas allá, era amigo de ellos, y de la noche a la mañana pasó a ser enemigo (...) Lo usaron de chivo expiatorio frente a la opinión pública norteamericana”.

Publicada originalmente en Pulso (23/06/2019)

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