10 CABEZAS EN LA BASURA

Una decena de cabezas humanas apareció en un relleno sanitario de Tiltil el 7 de diciembre de 2017. Todos extranjeros y sin identidad. No había delito, sino un problema de manejo sanitario. Eran piezas destinadas a la investigación, parte de un poco regulado sistema que involucra la importación de partes de cadáveres desde otros países. Hubo sumario e investigación judicial, pero hasta hoy no hay pistas sobre su origen ni de cómo llegaron allí.

Por Juan Pablo Figueroa, Alejandra Olguín y Eduardo Ortega



El enorme remolque estaba casi listo para partir cuando rodó la primera cabeza. Rebotó por las paredes del contenedor y cayó como si fuera una pelota, hasta quedar asomada entre toneladas de basura. Los primeros que la vieron, los trabajadores de la estación de transferencia de residuos de la empresa Gersa, en Quilicura, se pusieron a gritar. Eran las 9:20 del jueves 7 de diciembre de 2017, y no tenía por qué estar ahí, pero estaba. Le quedaban unos pocos restos de pelo chamuscado y tenía la piel tersa y brillante, de un color dorado, como si la hubiesen horneado. Algo muy parecido a eso le había pasado.

Llamaron primero a Carabineros. Luego, a Mauricio Bravo, gerente de operaciones de Stericycle, una compañía dedicada al tratamiento de residuos clínicos y peligrosos ubicada a menos de una cuadra de distancia. Mal que mal, de ahí había salido el camión que traía esa cabeza. Pero todo era extraño. ¿Una cabeza? Nunca habían tratado una en sus instalaciones. Sí órganos y tejidos humanos, y hasta extremidades provenientes de alguna amputación: brazos, piernas, manos y pies, pero no cabezas. Tampoco tenían registros de que alguno de sus clientes les hubiera mandado una como desecho patológico a incinerar.

“Los funcionarios de Gersa nunca habían visto algo así. Están acostumbrados a que les mandemos agujas, jeringas, gasas; ese tipo de cosas, porque lo otro siempre lo incineramos. Fui porque me tenía que cerciorar de que no fuera algo como un asesinato, que también podía ser, uno nunca sabe”, dice Bravo.

Llegó directo hacia el contenedor y la revisó. Vio incisiones y suturas y una etiqueta que le colgaba, “cosida con precisión de cirujano”. Llevaba el logo de una empresa llamada Science Care y unas anotaciones en inglés. “Código de donante: L140890. Tejido para investigación, no para transplante”, decía.

Los carabineros avisaron a la Fiscalía Centro Norte y al poco rato ya todo estaba en manos de la Brigada de Homicidios de la Policía de Investigaciones (PDI). Bravo le explicó a los policías que se trataba de una pieza de investigación y que posiblemente venía de una clínica o una universidad. Como era un tema de manejo sanitario, llamó a la Seremi de Salud Metropolitana, como indica el protocolo, pero nadie respondió.

También por protocolo, debían verificar que en el remolque no hubiera nada más, pero para hacerlo había que vaciarlo. Y no podían hacerlo ahí. Se fueron entonces en caravana hasta el relleno sanitario Cerro La Leona, que Gersa tiene en Tiltil. Allá sacaron toda la basura y entremedio, varias bolsas amarillas con el logo de Stericycle. Había lo de siempre: agujas, jeringas, gasas. Pero también había más. Algunas bolsas estaban rotas y ahí apareció otra cabeza. Y luego otra y otra y otra más. Cuando terminaron de contar, tenían al frente 10 cabezas completas, seis cráneos, un hombro y otros cuatro pedazos de cuerpos humanos.

Todos los rostros tenían el mismo aspecto: no estaban calcinados, sino como si recién hubieran salido de un horno. Había hombres y mujeres, y la mayoría era de rasgos asiáticos o afro. También con etiquetas y códigos, aunque ilegibles.

Ha pasado casi un año de ese episodio y todavía nadie sabe con certeza de dónde salieron y cómo terminaron ahí. Ni la investigación que el fiscal Marcelo Cabrera aún tiene abierta ni el sumario sanitario que realizó la Seremi de Salud han podido despejarlo. Lo único claro es que algo falló y nadie se hace cargo.

Pudo ser quizás una simple confusión de bolsas, pero a partir ahí se devela una desconocida ruta que involucra la importación de partes de cadáveres y tejido humano desde el extranjero por parte de empresas y universidades. Un mercado que cada año mueve varios millones de dólares, aunque en Chile la venta parcial o total de cuerpos es ilegal.

Reportajes reconstruyó ese camino y descubrió un sistema poco regulado y con varias faltas de control que impiden una trazabilidad real y efectiva del trayecto que siguen esos cadáveres una vez que ingresan al país. Bastó una pequeña falla para que quedara en evidencia.

-Al ser piezas humanas, debiera estar todo muy normado y regulado, ¿no?
-No, no es así –responde Alejandra Hernández, jefa del subdepartamento de control sanitario de la Seremi de Salud.

Y agrega: “Lo que aquí pasó es que la bolsa se rompió cuando se descargó del contenedor. ¿Y si no hubiera pasado? No nos habríamos dado cuenta. Ahora, no sabemos si antes ya pasó. Muy posiblemente se pudo haber dado esto mismo en otras ocasiones y nunca nadie lo notó”. 


EL ERROR DE LAS BOLSAS AMARILLAS

La parte fácil fue darse cuenta de qué falló. Stericycle tiene al menos 15 camiones que cada día van y retiran los desechos peligrosos de unos 150 clientes distintos en la Región Metropolitana. Entre ellos se cuentan consultorios médicos y odontológicos, hospitales, clínicas, laboratorios, universidades, funerarias, clínicas veterinarias y más. De ahí retiran cajas, recipientes y bolsas selladas, todo rotulado y diferenciado por colores, según un protocolo muy estricto. Por seguridad, no hay espacio para errores.

En las bolsas rojas van los desechos peligrosos que deben ser incinerados y tratados de forma especial: medicamentos vencidos o en malas condiciones y residuos químicos. En las amarillas van los residuos infecciosos, aunque el detalle de su contenido depende del color de las letras que llevan por fuera. Los restos humanos y animales van al incinerador en bolsas amarillas con letras rojas. Elementos cortopunzantes, sangre humana y muestras de laboratorio, en cambio, se desechan en bolsas amarillas de letras negras.

Estas últimas se tratan de forma distinta. No van al incinerador donde todo se reduce a cenizas, sino al autoclave, una cámara de presión y alta temperatura donde los desechos ingresan no para ser eliminados, sino esterilizados. Todo lo que sale de ahí, pasa a tener la misma calidad que los desechos domiciliarios y se van al vertedero. Y ahí era que estaban por error las 10 cabezas y las otras partes que terminaron después en la basura.

Por eso en vez de estar hechas ceniza, las cabezas estaban rostizadas.

Mauricio Bravo dice que no tenían cómo saber qué había en las bolsas, pues no tienen atribución legal ni sanitaria para abrirlas, y en el rotulado no decía nada sobre esas piezas. Y que la responsabilidad de segregar bien los residuos es de quien los desecha. La Seremi revisó el paso a paso y en una resolución que emitió en mayo de este año, cerró el sumario a Stericycle sin formularle cargos. “No se desprenden infracciones al Código Sanitario ni a sus reglamentos”, señala el documento.

Faltaba determinar quién se equivocó con las bolsas y establecer de dónde venían las piezas cadavéricas. Como se sometieron a una presión de 3,5 kg/cm2 y una temperatura de 140 grados, el rotulado con los datos de origen se deterioró y la trazabilidad directa se perdió. Había que revisar entre los clientes que despacharon durante las últimas 24 horas. La pista clave: los códigos de donantes cosidos a las cabezas. Fue entonces que todo se volvió realmente engorroso.



MUERTOS IMPORTADOS

Entre los cerca de 150 clientes que habían despachado residuos a Stericycle en las últimas 24 horas, la Seremi de Salud identificó al menos 15 instituciones de donde podrían haber provenido. Establecimientos de salud públicos y privados que funcionan como campos clínicos y universidades donde se realiza investigación con piezas de cadáveres. Fueron a cada una de ellas y nada: ninguna reconoció como suyas las cabezas.

En Chile es ilegal la compra total o parcial de cuerpos humanos para estudios e investigación. Las escuelas de Medicina dependen de la donación voluntaria que realizan personas mediante un acto notarial, pero son pocos los que realizan ese trámite. No hay un registro oficial, pero a fines de 2016 se estimaba que había poco más de 1.200 donantes registrados en las tres casas de estudio que tienen un programa de donación: la U. de Chile, la U. Católica y la U. de Concepción. Las demás recurren a otro mecanismo: la importación desde el extranjero.

“Cuando se realizan cursos, pueden requerirnos material cadavérico a nosotros, pero a veces sólo necesitan las cabezas, y como no se las voy a cortar a los cuerpos de mis donantes, les es mucho más fácil traerlas de afuera. Hay distintas empresas que lo hacen: LifeLegacy, Science Care, MedCure y otras tantas, que en general son de Estados Unidos”, explica el doctor Miguel Soto, jefe del laboratorio de anatomía de la U. de Chile.

En los registros de Aduanas, hay un código arancelario especial para este tipo de importaciones. Ahí se incluyen tejidos, huesos, sangre, plasma, semen, ligamentos, tendones, corneas, piel y otras piezas mayores, como pelvis, espinas cervicales, torsos y cabezas, tanto para uso clínico como de investigación. Llegan congelados desde EE.UU., China, India, México, Alemania y varios otros países. El tráfico es constante y sólo este año ha implicado un movimiento por más de US$ 9,6 millones (unos $ 6.526 millones).

Los precios varían, pero traer una cabeza, dice Soto, cuesta en promedio unos US$ 1.500. Los costos, en todo caso, son para cubrir los gastos asociados al traslado y los análisis que se exigen para certificar su inocuidad sanitaria. Quien regula ese ingreso es la misma Seremi de Salud, pero sus mecanismos de control presentan varios vacíos que impiden después saber con certeza el trayecto que siguen esas piezas una vez en el país.

Lo único que exige la normativa es que en la solicitud se indique de dónde vienen, el certificado de que están libres de enfermedades y no representan riesgo sanitario, y quién las recibirá. Pero nada más. Basta que declaren algo genérico como “piezas cadavéricas” y no es obligación detallar cuáles son ni cuál será su uso. Tampoco indicar los códigos de identificación asociados a cada una de ellas. Como todo se hace a mano y la Seremi no lo tiene sistematizado, no hay estadística detallada de qué tipo de piezas ingresan a Chile, cuáles son las entidades que más solicitan, de qué países llegan o qué se hace con ellas. Lo único que sí tienen registrado es cuántas solicitudes se han presentado. En lo que va de 2018, ya van 147.

“Recién cuando aparecieron esas cabezas en la basura, empezamos a pedir a las empresas que incluyeran en sus solicitudes los códigos de las etiquetas de procedencia que traen las piezas, pero antes no lo pedíamos. Porque no está normado hasta qué punto se debe describir la pieza que se está ingresando al país. Lo pedimos, pero sigue siendo voluntario”, explica Alejandra Hernández.


EN EL LIMBO

Como ninguna de las entidades identificadas por la Seremi había registrado el código de las 10 cabezas, nunca se pudo hacer el match. No se sabe siquiera cuándo ingresaron al país, quién las recibió ni que se hizo con ellas. La única certeza es que venían de EE.UU., enviadas por Science Care, desde su sede en California.

Son varios los envíos que ha hecho esa firma en los últimos años. En mayo de 2015, ingresaron una pelvis adulta. En abril de 2016, un cargamento de 343 kilos que se repartían entre pelvis, torsos con cabezas, tobillos con pies, rodillas y hombros. Y en febrero de 2017, exportaron a Chile pelvis, torsos con cabezas, hombros, tibias y fémures. Unas pocas piezas venían para la U. Católica, pero la mayoría había sido solicitada por una compañía transnacional dedicada a la investigación, desarrollo, producción y distribución de tecnología médica que desde 2014 opera en el país. Su nombre: Promedon.

Al igual que otras firmas, actúan como intermediario para algunas casas de estudio. De hecho, desde 2015 que tienen un convenio con la U. De Los Andes, precisamente una de las que fueron fiscalizadas por la Seremi. Aunque desde la universidad declinaron a emitir comentarios para este reportaje, el director de Promedon en Chile, Juan Ignacio Olivos, aseguró a Reportajes que “ninguno de los especímenes cadavéricos aparecidos el año pasado pertenece a los importados por nuestra compañía, cuestión que fue verificada por la PDI en su oportunidad”.

Desde la empresa en EE.UU., su director de programas, Brad O’Conell señaló no tener información sobre el caso de las 10 cabezas y que lo monitorearán de cerca.

Ante la falta de información, hoy todas esas piezas se encuentran en un limbo. Como la investigación de la fiscalía nunca se cerró, las 21 piezas encontradas en la basura siguen estancadas en el Servicio Médico Legal, donde las tienen guardadas hasta que dispongan su eliminación. Por ahora, esas 10 cabezas son de nadie.


Publicado originalmente en Reportajes La Tercera (28/10/2018)

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