A SANTIAGO LE CUESTA ANDAR EN DOS RUEDAS… Y A MÍ TAMBIÉN


Desde hace unos meses estoy tratando de trasladarme en dos ruedas por la ciudad. Al menos de mi casa a la redacción y de vuelta. No es que sea un amante del deporte ni de la vida sana, o que quiera bajar de peso, o que crea que es cool. Puede ser también un poco de todo eso, pero lo cierto –o al menos eso quiero creer–es que es, sobre todo, algo funcional.
El año pasado anduve por Alemania –tuve la suerte de que me invitaran (¡ojalá pudiera costearme un viaje así!)-, un país donde el uso de bicicletas ya es una cultura. En cada esquina puede verse una estacionada y si llamas al teléfono que tiene escrito y lo cargas a una tarjeta, puedes andar por un tiempo determinado. Si la encontraste y la quieres usar, sólo debes llamar. En las salidas de casi todas las estaciones de metro o trenes hay lugares para dejar tu bicicleta, existen los vagones especiales para viajar con ella, y por casi todas las veredas de las calles principales hay un espacio demarcado exclusivo para los ciclistas… si te cruzas en su camino, es muy probable que te lluevan los insultos. Es que allá, a la persona que anda en bicicleta se le respeta. Cuando volví a Chile me dije: “Voy a andar en bicicleta”.

Incluso a mí, un sedentario por excelencia, me costó creerlo.
Cuando volví, anduve unas semanas y después la pobrecita quedó botada. Que el frío, que el cansancio, que ya era de noche, que la lluvia; siempre había una excusa: mi bicicleta pasó casi tres meses abandonada en mi oficina. En todo caso, cuando la usaba, era muy útil. En los últimos cinco años el parque automotriz en Santiago ha crecido en un 25%. Eso quiere decir que, aproximadamente, por cada dos personas hay un vehículo circulando por la ciudad. Por eso, andar motorizado en las calles se ha convertido en una locura. Por más que haya modernas autopistas, un relativamente nuevo sistema de transporte público y con líneas de Metro en expansión, la congestión vehicular es una cosa cotidiana, las vías subterráneas pasan colapsadas y los buses parecieran ser en sus horas pico como esos camiones que transportan aves hacia el matadero. Así, como en cualquier ciudad grande de Latinoamérica. Ni mejor ni peor. Y si andas en auto, los atochamientos son de esos en los que uno no se mueve, aquellos en los que te dan ganas de parar tu vehículo donde estés, bajarte e irte caminando, seguro de que llegarás a tu destino más rápido que conduciendo. Y a eso se suma la contaminación. Por eso no tengo auto. Por eso y porque no tengo plata para comprarme uno.
De ahí que haya empezado a pedalear en una bicicleta que mi papá dio de baja. Salí un día y descubrí que en vez de tener que esperar 15 minutos a que pasara el microbús y viajar otros 20 hasta la oficina, salía de mi casa y en poco menos de media hora ya había llegado. Llegaba sudado, ok, pero era por el ejercicio y no por viajar apretado con otras personas.
Me gusta el contacto humano, pero con cierto nivel de distancia.
El proyecto fallido de Bachelet
Desde hace algunos años, muchas organizaciones independientes vienen creando campañas para incentivar el uso de las bicicletas en Chile. En varias ocasiones me ha tocado enfrentarme a hordas de ciclistas que se toman las calles y se pasean por la ciudad como si fuera de ellos. Que doblo en una esquina y de repente me veo rodeado por decenas de personas que pedalean disfrutando cómo la gente los mira como bichos raros. Es una forma de manifestarse que además de ser novedosa –al menos en Santiago-, pareciera crear conciencia en las autoridades.

En 2009, la entonces presidenta Michelle Bachelet firmó un proyecto de ley para impulsar el transporte en dos ruedas. La directiva pretendía crear un título especial en la Ley de Tránsito que estableciera la promoción del uso de la bicicleta como deber del Estado, reconociera la institucionalidad jurídica de los ciclistas y fijara derechos y obligaciones, como el uso de cascos y elementos reflectantes en horarios determinados. También les prohibiría a los ciclistas tomarse de otros vehículos en movimiento, conducir en estado de ebriedad o bajo efectos de estupefacientes.
“Estamos en la buena senda para conseguir, con la contribución de todos, una manera más amable, más segura y más humana de habitar nuestras ciudades. Creo que este proyecto es un paso también en esa dirección” dijo Bachelet cuando presentó y firmó el proyecto.
Se hablaba entonces de “guarderías de bicicletas” y otros términos que se sumarían al lenguaje jurídico. Pero la iniciativa se ha mantenido sin ningún avance en el Congreso. Los ciclistas siguen siendo en Chile nada más ni nada menos que peatones sobre dos ruedas.
En todo caso, aunque edificios como el Millenium, el primer rascacielos construido en la capital, no permiten que se dejen estacionadas las bicicletas en sus alrededores por una cosa estética, sí ha habido algunos avances. Actualmente, cuatro estaciones de Metro cuentan con aquellas “guarderías”, espacios creados para que la gente deje sus bicicletas estacionadas y combine su trayecto con el transporte público. Son insuficientes, pero es algo. 

Desde 2008, la comuna de Providencia partió con un sistema de arriendo de bicicletas que consta de estaciones de arriendo distribuidas por todo el municipio, aunque el espacio para usarlas es muy reducido. También se han creado ciclovías: rutas exclusivas segregadas para la movilización en bicicleta. Existe, incluso, un mapa en Internet para que las personas sepan qué senderos pueden usar. Lo malo es que no es raro encontrarse con autos estacionados en ellas y, aunque hay planes para mejorarla, la conexión entre una y otra suele ser pésima.
A fines de noviembre pasado yo estaba contento porque por fin le daba cierta continuidad a mi movilización en bicicleta: llevaba un mes pedaleando todos los días. Hacía algo de ejercicio, ahorraba dinero y ayudaba a descontaminar. Todo bien. Pero en el trayecto entre un parque y una de las ciclovías esparcidas por la ciudad, un día me atropellaron. Al tipo que venía en el auto no se le ocurrió mirar a ambos lados antes de llegar a la esquina. Yo alcancé a frenar, él no: tuve suerte y sólo me agarró la rueda delantera y la descuadró. No me sumé a la estadística que habla de que en Chile (al menos hasta 2005) el 10,9% de los fallecidos en accidentes de tránsito son ciclistas, pero nuevamente mi bicicleta quedaba relegada, aunque ahora era por un problema técnico. Quizás no sólo por eso quedó estacionada: debo reconocer que se sumaba mi flojera a llevarla a reparación.
La bicicleta en el garage
Según un estudio realizado por Pablo Elisségaray, estudiante de la Universidad de Chile, cuando se inauguró en 2007 el Transantiago (el remozado y caótico sistema de transporte público de la capital) varias personas optaron por la bicicleta como medio de transporte alternativo, pero no las suficientes como para hacer de ese cambio algo significativo. Su informe dice: “La tasa de traslado desde el transporte público hacia la bicicleta es baja, sólo un 2,25% de los usuarios actuales de bicicleta se bajaron de los microbuses, no obstante el fenómeno en sí se presenta como una ventana que permitió insertar el tema de la bicicleta -y el modelo de desarrollo que se desea generar- como una opción viable de transporte”.
No tengo los datos, pero quizás ahora que los precios para movilizarse en buses y metro subieron –cuesta más de un dólar cada pasaje-, más gente se ha sumado a ese cambio. Para muchos, la opción de bajarse del bus y ponerse a pedalear es tan fácil como sacar la bicicleta del garaje o bodega: de acuerdo al último Censo de 2002, en Chile el 46,4% de los hogares posee al menos una. Aunque también hay que considerar que Chile es uno de los países con mayores índices de sedentarismo en la región.
Por más que he buscado, no he podido encontrar algún estudio que indique cuántas personas en Santiago se mueven en bicicleta. Menos en todo el país. En este momento, el sitio web Bike Rider está intentando elaborar una especie de censo “que sirva de base para proyectos sociales relacionados con el ciclismo en Chile, permitiendo conocer los índices de la comunidad del ciclismo según las disciplinas, como también si se cuenta con el apoyo de proyectos destinados a la creación de nuevos espacios”. Los resultados aún no están publicados. Puedo decir, eso sí, que actualmente son más los ciclistas que antes. Aunque quizás lo diga porque ahora que yo también pedaleo, los veo más. Antes, como la mayoría en esta ciudad, ni siquiera me fijaba en ellos.


ACTUALIZACIÓN
: Ayer, cuando se publicó esta crónica, un grupo de diputados oficialistas ingresó al Congreso otro proyecto de ley que, al igual que el mencionado en el texto, pretende modificar la Ley de Tránsito e incluir a los ciclistas en ella. Apenas se supieron los detalles, las redes sociales explotaron. En este link
se puede descargar el documento que dice:

“Se prohíbe asimismo a los peatones transitar por ciclovías, como también a ciclistas transitar por calles o avenidas. Pero si en la zona donde se pretendiere transitar a través de bicicletas no existieren ciclovias, se podrá circular por la acera con la debida diligencia y cuidado”

La medida fue tomada como "anti-ciclista". Como bien dice Edgardo Milla en su columna publicada en Sentidos Comunes, "en la práctica este proyecto lo que causará es segregación, y relegamiento del ciclista a espacios inexistentes o de pésima calidad que desde este momento ya se encuentran atestados".

Mientras la discusión sigue, mi bicicleta sigue estacionada en el estacionamiento de mi oficina. Pobre, lleva ya una semana allí. Hoy me la llevo, sí o sí.
Publicado originalmente en Distintas Latitudes (14/4/2011)

Comentarios

Anónimo ha dicho que…
Saben que nunca he aprendido a andar en bicleta? Yo creo que esto se debe a que toda mi vida eh vivio en departamentos en buenos aires, donde mis padres siempre han considerado "peligroso" para andar en bicicleta...así que todo lo que favorezca la creacion de un espacio específico para los ciclistas... estot 100% a favor asi a otros niños no les ocurre lo que me ha ocurrido a mi!