MARÍA PINTO: LA COMUNA QUE NO CRECIÓ CON IGUALDAD

Según la encuesta Casen, María Pinto lidera el ranking como el municipio más pobre de la Región Metropolitana con un ingreso promedio de 266 mil pesos mensuales por grupo familiar. No sólo hay apenas dos médicos y una ambulancia para atender a más de ocho mil personas, sino que aún existen caminos de tierra, casas sin alcantarillado y chilenos que no terminaron el liceo. Acá cinco historias de familias a las que el progreso, el crecimiento y el éxito económico nunca les llegó.

Por Juan Pablo Figueroa y Jorge Rojas G.


EL MENU DE LOS NEGRETE
Fideos solos. Ese es el menú que prácticamente a diario come Juana Malhue y su marido Servando Negrete, un matrimonio que se empina en la tercera edad -ambos tienen 62 años- y que viven con 50 mil pesos mensuales.
Juana y Servando viven en el sector Lo Ovalle, de María Pinto. Su casa es de madera. Y está podrida por la humedad. La ‘decoración’: una par de camas y dos sillones.
Este mes el matrimonio vivirá con $ 50 mil pesos. Y eso que están en buena temporada: primavera y verano son las mejores épocas para ellos. El resto del año, cuentan, ni siquiera les alcanza para pasar el día.
Servando es dueño de ocho hectáreas de tierra que recibió de la CORA, pero en esta cosecha el precio de los choclos no le alcanzó para pagar la semilla. Si eso le ocurrió en los mejores meses del año, cree que en el invierno todo estará perdido: no sabe cómo pagará los $ 250 mil anuales de las contribuciones.
En Lo Ovalle la crecida del estero Puangue deja aislada a toda la comunidad. Se sale el cauce, se lleva el puente e inunda las casas y los caminos. Durante esa época la humedad, el hambre y la falta de dinero se conjugan en la pesadilla de los Negrete-Malhue y de otros varios vecinos de María Pinto, que además de soportar la escasez trabajo, no pueden salir de su casa.
Por eso a Servando se le aprieta la garganta cuando le nombran la palabra invierno. “La zona no ha progresado nada y hay que ponerse un poco duro para pasar la estación”, dice mirando fijo a su esposa. Ambos saben que cuando el agua baje, como todos los años, ellos y sus vecinos tendrán que cortar palos y rearmar el puente. Siempre es lo mismo, acotan.
En el sector todas las casas tienen luz y agua potable, pero el alcantarillado funciona a medias, pues su baño -una caseta que Servando construyó a metros de su la casa-, huele como la peor miseria. Juana se resigna y ya parece acostumbrada a los problemas. Dice que no tiene envidia de las cosas que se hacen en Santiago. Aunque le llama la atención que aunque María Pinto quede a menos de una hora está la capital, donde están las súper autopistas, ella aún vive en un camino de tierra. Le gustaría que el progreso también llegase hasta su a su barrio. O por último tener un buen alcantarillado.


BAÑO PARA 20
La señora Alejandra, del sector de Baracaldo, está horneando pan amasado en una cocina improvisada en el terreno que comparte con otras 20 personas. El olor de la leña consumiéndose se mezcla con el de la ropa tendida y con el que expele de las gallinas, patos, conejos, gatos y perros y el de las casetas de madera que el grupo utiliza como baño.
Hoy le dio asco usar el horno de su cocina. La laucha que encontró en su interior la obligó a salir al patio. Alejandra vive de allegada junto a su pareja y otras cinco familias. Tan insostenible en su situación que hace tres años tuvo que mandar a su hija a vivir con su abuela a Melipilla porque en su casa ya no cabía nadie más. “No tengo dónde tenerla”, dice con la voz temblorosa.
Su pareja gana el sueldo mínimo ($127 mil), del que debe sacar $40 mil mensuales para la pensión de una hija de su primer matrimonio. Entre sumas y restas, Alejandra tendrá $ 33 mil para enfrentar marzo. Pese a todo, con lo que plantan y sus animales, asegura que nunca les ha faltado para comer, pero que no se pueden dar “el lujo” de enfermarse. El problema es que debe hacerse con urgencia una endoscopía que cuesta $34 mil. El examen tendrá que esperar.
En el suelo polvoriento hay granos y corontas de maíz para que las aves coman. También neumáticos viejos, bicicletas antiguas, juguetes rotos, además de conejeras y gallineros armados con maderas y alambres desprolijos. En el patio, una cañería expuesta lleva agua hasta una llave y a una improvisada ducha instalada bajo un árbol. Más allá, dos casetas de madera hacen las veces de baños, donde la cañería no alcanzó. Alejandra asegura que lleva cuatro años pidiendo en la Municipalidad un cañería. Pero “la muni da puros calmantes”, dice.

EL TEMPORERO
Lizette Bustos (22) toma en brazos a su hijo Edison (2) y limpia la mesa para almorzar. Está esperando a Luciano Sagredo (24), su pareja, que todos los días vuelve a la casa para comer algo y continuar con sus faenas como temporero. Gana $120 mil al mes.
El Ajial, donde viven, es uno de los sectores menos rurales de María Pinto: se destaca por tener un camino pavimentado, el único símbolo de la llegada progreso. Allí instalaron hace un año la mediagua que por $ 30 mil le construyó “Un techo para Chile”. Son una de las tres familias del lugar que salieron beneficiadas con el programa.
La pareja no tiene luz ni agua. Se las arreglan con una manguera y un cable que recorre casi 20 metros, desde la casa de una vecina, hasta llegar al enchufe de su mediagua. La cuentas las pagan a medias. Acá no hay baño: deben pedirlo prestado a unos familiares que viven en el área.
Mientras Lizette se queja de las dificultades para vivir, Luciano, que acaba de llegar para almorzar, se saca la mochila y deja la hoz en el suelo. Su trabajo es esporádico y hay meses en los que no hace nada. Generalmente es en invierno cuando peor lo pasa. Dice que varias veces ha llorado cuando no ha tenido dinero para comprarle leche y pañales a su hijo. Y la cosa se complica: Lizzete está embarazada.
Luciano se queja que las zonas urbanas son las únicas que tienen trabajo. “En Santiago igual es más fácil progresar, pero el campo siempre es el que se queda atrás. Acá somos nosotros los que vivimos bajo el agua cuando en invierno se salen los canales y no hay plata para vivir”.

EL PENSIONADO DC
Hace un año y medio al papá de Marta, el jubilado Clorindo Maldonado Mateluna (85), le dio una trombosis que lo dejó postrado. Desde ese momento su hija, de 57 años, no tiene otro trabajo más que cuidarlo a él. En la pequeña casa de la comuna de María Pinto apenas viven con la pensión de $68 mil mensuales que recibe el anciano, dinero que reparten también con la hermana de Marta y su sobrina escolar.
La casa es pequeña y de piso y color ladrillo requebrajado. En una pared hay un cuadro de “La última cena”. En otra, cerca del televisor Panasonic de 21 pulgadas que aun no terminan de pagar, un calendario con el rostro de Michelle Bachelet.
Los $68 mil mensuales se hacen cada vez más precarios desde que Maldonado, un jubilado DC, está enfermo: sus pañales cuestan $ 3 mil el paquete y el remedio que necesita, $ 26 mil. El anciano, además de postrado, está ciego a causa de un glaucoma.
Marta dice que varias veces el dinero no les ha alcanzado para comer. Pero la salud es otro problema: deben esperar a que una vez al mes vaya a verlo uno de los dos médicos del consultorio de María Pinto y en la única ambulancia disponible para los más de 8.600 inscritos en su servicio.
Marta también tiene un glaucoma, pero no puede cambiar sus anteojos por falta de dinero. Tiene dos hijos: una que estudia con crédito enfermería en Santiago y otro que egresó de administración de empresas y que está cesante.
Marta sabe cocinar y hacer pasteles. Y ahora quiere hacer un curso de chocolatería, pero tiene el mismo problema de siempre: la plata no le alcanza.

LA JEFA DE HOGAR
María Rojas tiene 11 hijos y está separada hace más de una década. Vive, junto a los cuatro que le quedan solteros, en una pequeña casa en el cerro Santa Luisa. Fue una de las primeras en instalarse ahí, poco después de que se casara a los 15 años y mucho antes de desligarse de un marido “mujeriego y bueno para el trago”. Está orgullosa de haber sido “padre y madre”, aunque sus ojos se llenan de lágrimas cuando lo dice.
María tiene una de las mejores vistas del lugar, pero también una de las peores ubicaciones: en el invierno el agua que corre cerro abajo humedece las paredes de su casa y hace imposible salir de ella sin hundirse en el barro.
Si el verano es la mejor temporada para el campo, para María y sus hijos ésta ha sido una de las peores épocas del año. Acaban de llegar de los fundos del sector, donde pretendían laborar como temporeros, pero el viaje sólo significó gasto de plata y pérdida tiempo. Una muy mala noticia, tomando en cuenta que lo que más les falta es dinero: a veces se dan vueltas con $ 3 mil pesos diarios.
María no sabe leer ni escribir. Por eso soñaba que sus hijos fueran universitarios, pero sólo uno de los once egresó de cuarto medio. Pero ahora debe concentrarse en cosas más concretas que sus sueños, en algo que la tiene enferma de los nervios: pagar una deuda de $190 mil en alcantarillado, de los que sólo ha abonado $15 mil.

Publicado originalmente en The Clinic Edición Especial Lagos (marzo de 2006)

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