GANADORES QUE NO VEN

Después de obtener el tercer lugar en el Sudamericano de Sao Paulo, la selección nacional de fútbol de ciegos retó a Colo Colo a un partido y le aseguró que le ganaría. Los campeones aceptaron y perdieron. Ésta es la historia de los no videntes que doblegaron al cacique en su propia cancha.

El equipo retador llega a pie al lugar del encuentro y la prensa los espera. Todos visten el buzo oficial y llevan un bolso colgando bajo el brazo. Se habían citado en la estación Pedrero del Metro una hora antes de que el partido comenzara. Desde ahí, cuando ya estaban casi todos y apoyándose en los hombros del otro, comenzaron a caminar hacia el estadio Monumental en fila. En el camino, los postes de luz que se ubicaban a lo largo de todo el trayecto interrumpían su andar, pero no lo detenían. Estaban alegres, entusiasmados y seguros. Se enfrentarían a Colo Colo, el campeón de la liga nacional de fútbol y el club de los amores de casi todo el equipo, y sabían que la balanza estaba a su favor. Ni siquiera el grifo que estuvo a punto de toparse con los testículos de Claudio, el novato del plantel, logró borrar alguna de las sonrisas. No había dudas, no había miedos. La selección nacional de fútbol para ciegos dejaría sus bastones en el camarín y entraría a la cancha sólo para ganar.
El ánimo está en alto. A finales de julio de 2006 el equipo del Programa Chile Visión Deportes consiguió el tercer lugar en la primera competencia internacional en la que ha participado, una copa Sudamericana en Sao Paulo. Pero fue toda una sorpresa, incluso para ellos. Iban, más que nada, por el paseo.
Chile es uno de los países de Sudamérica que menos ha desarrollado el fútbol para los ciegos. Brasil, Argentina, Paraguay y Bolivia, en cambio, tienen ligas competitivas y han jugado campeonatos mundiales desde hace años, pero Chile no. Sólo hay un club deportivo que juega con las reglas internacionales de la IBSA (International Blind Sport Association) desde abril, cuando viajaron a Mendoza a jugar con la selección argentina. En ese entonces, el capitán sólo llevaba dos días en el equipo y antes de eso nunca había jugado a la pelota. Perdieron 6-0. Pero en el Sudamericano la cosa fue distinta. “Cuando nos dijeron que podíamos ir a Brasil lo vimos como un desafío. Lo primero fue entrenar para llegar allá. Tuvimos que aprender a parar la pelota y evitar que se nos pase entremedio de las piernas, aprender técnica. Entrenamos igual harto, se hizo harto esfuerzo. Después igual jugamos con equipos acá en Santiago, ya con las reglas IBSA, e igual se veía complicado porque, por ejemplo, acá no hay canchas adaptadas. Cuando recién nos dimos cuenta de que podíamos jugar fue allá. Ni una fe en Brasil”, cuenta Eric Díaz (24), el defensa estrella del equipo, un ejecutivo de cuentas primas del BCI que mide poco más de un metro y medio.
Colo Colo es el primero de los planteles en salir al terreno de juego. Es una cancha de futsal enjaulada que se ajusta muy bien a las necesidades de los visitantes: tiene rejas que evitan que salgan corriendo de los límites. Ya una vez le pasó a Teddy Araya, uno de los delanteros. Chocó con uno de los dos postes de luz que había en una cancha que le habían prestado al equipo antes de viajar al Sudamericano. Terminó con un tajo en la frente.
Alrededor de la jaula la gente se apelotona y las cámaras comienzan a grabar y a disparar al plantel albo. Mientras, ingresa el equipo de los no videntes en fila, tomados del hombro y vestidos con el uniforme blanco que en Brasil fue catalogado como uno de los más destacados. Comienzan el calentamiento y es muy parecido a los entrenamientos que tienen tres veces por semana en las canchas del Insuco y del INP. En grupo y aferrados uno del otro, se ponen a trotar alrededor del campo. Luego se dispersan en la cancha y elongan, prueban tiros al arco con la pelota con cascabeles en su interior, practican pases y se pasean controlando el balón que suena con cada vuelta que da. A más de uno se le escapa por entre las piernas o se le pasa de largo. Al otro lado de la cancha, los campeones se alistan para empezar el partido. Se ponen parches en los ojos y unas antiparras. Ninguno de los jugadores, exceptuando los arqueros, puede ver. Incluso los ciegos, ansiosos porque suene el pitazo inicial, se deben poner los antifaces. Poco después comienza el partido.

LOS GOLPES DEL BÚFALO
Mientras los 4 jugadores colocolinos de campo intentan orientarse en el terreno de juego bajo las órdenes del portero Alex Varas, Elías “el Búfalo” Panichine (30) pelea el balón junto al área contraria. Él es uno de los delanteros de la selección nacional de fútbol de no videntes y empezó a quedar ciego a los 6 años. Primero fue el ojo izquierdo. Un gato lo rasguñó y después un perro lo mordió cuando cayó de un cerezo. “Con el derecho puedo ver algunas luces y sombras. Ese ojo lo perdí después, por los golpes. Es que he tenido muchos. Varias veces me pegué en la cabeza. Una vez corriendo en atletismo en el estadio del Colegio La Salle, y como había poca luz, choqué con un poste. Soy más quemado que la chucha”, cuenta en su casa del centro, donde vive con su pareja y su hijo de 9 meses que se parece demasiado a él: gordito, moreno y risueño.
Cuando Elías entró al equipo en abril llevaba 12 años sin jugar a la pelota. Había aprendido cuando estaba internado en el colegio de ciegos Hellen Keller, en Ñuñoa, del que lo echaron cuando tenía 16 años por fumar marihuana. Después de eso empezó a tocar música en las micros para vivir, ya que era de Coyhaique y no tenía familia en Santiago. Desde entonces que se dedica a eso y al modelado a escala en madera. “Hago trabajos de escala y las formas se las doy a puro tacto. Trabajo a puro cuchillo, a pura navaja y la madera la voy doblando con agua. Es un hueveo todo esto. Hago barcos chilotes, entre otras cosas. Yo poco alcancé a ver la forma de un barco, pero lo que vi me quedó siempre marcado en la retina y lo que me pasen para hacer en madera yo lo hago. Todo. Si me piden que haga un caballo, lo hago”, dice Elías.
A los pocos minutos de empezado el partido, Luis Valenzuela, el curicano que estudia derecho en la Universidad La República, convierte el primer tanto para la selección nacional de fútbol de ciegos. Al otro lado del arco está Elías acompañándolo. El Búfalo, cuando lo toma, tiene un control del balón que impresiona, sobre todo en los entrenamientos, y un físico que le ha servido tanto como le ha perjudicado. Todos los que chocan con él se caen mientras Elías sigue avanzando con el balón en sus pies, pero también se cansa muy rápido. Además, tiene una de las patadas más fuertes del equipo. Él fue quien convirtió el penal que significó el tercer lugar frente a Bolivia en Sao Paulo. Cuando estaba frente a la pelota, Emiliano Ríos le gritó “¡imagínate que hay un plato de comida adelante!”. Y Elías hizo el gol. Pero esta vez, ante Colo Colo, su equipo favorito, no logra hacer ninguno, aunque hace unos pases de taquito que sacan aplausos del público.


El CHICO ERIC
En algunos minutos el partido se vuelve errático. Miembros del mismo equipo se intentan quitar mutuamente la pelota, otros van a disputar el balón cuando éste está quieto a un metro de distancia de ellos, se les pasa por entre las piernas o simplemente no logran dar con él. Pero Eric Díaz (24) corre cada vez que escucha el cascabeleo de la pelota acercarse hacia el área de los ciegos. Como todos los miembros del equipo es hincha de Colo Colo, pero no le importa si es Alexis Sánchez o Matías Fernández o Kalule Meléndez quien la trae. Él pequeño defensa de la selección siempre va a ir con todo a hacer lo que tiene que hacer: evitar que un remate al arco se lleve a cabo.
A los cuatro años, y a pesar de que sabía que era ciego total, logró darle un real significado a esa palabra. “Lo que pasa es que si quería jugar con mis amigos los juegos del sur, que son con hondas, con cartuchos y esas cosas, no entendía que si ellos le querían pegar a un tarro yo no podía. Eso fue lo que me llevó a cachar que no veía. Sabía de chico que era ciego pero no entendía lo que significaba la palabra”, cuenta Eric.
Cuando él entró al equipo, no sabía mucho de jugar fútbol. Había jugado alguna vez, pero no era muy fanático. Prefería el atletismo. Así ganó sus primeras medallas: corriendo los 100 y los 200 metros planos. Eso mismo lo llevó a competir en un mundial en España, donde le fue “bien nomás”. Pero ahora se dedica al fútbol, a su trabajo como ejecutivo de cuentas primas del BCI (donde está medio día) y los masajes a domicilio que intenta realizar por las tardes, ya que vive solo y tiene un hijo que mantener. No vive con él, ya que con su anterior pareja la cosa no funcionó. Pero le gusta carretear, salir, viajar y además pololea. “Demanda gastos la cosa”, dice.
Eric es el más pequeño del equipo, uno de los baluartes en la defensa y el más arriesgado y rápido a la hora de correr. Ni Ricardinho, el brasileño goleador del Sudamericano en Sao Paulo pudo contra su marca personal. Le hizo goles a todos, menos a Chile. Alexis Sánchez, catalogado como el chico maravilla del fútbol chileno, tiene que hacer trampa y mirar por debajo de las antiparras para poder pasar por sobre él. Antes de eso, ya iban dos goles arriba en el marcador y Eric lo había bajado dos veces.

EL CAPITÁN Y SUS CLASES
El público y la prensa siguen apelotonados en la reja. El balón muy pocas veces cruza la mitad de la cancha. Ha estado casi todo el partido en el área colocolina, peleándose al lado de la portería de Alex Varas. Pero cuando logra pasar, es el capitán, Emiliano Ríos (29), quien lo toma y lo lleva hacia adelante, pasando por cuanto albo se le cruza en el camino. Él juega en el equipo desde abril, cuando dos días antes de viajar a Mendoza para jugar contra Los Murciélagos (nombre de la selección argentina de fútbol de ciegos) se inscribió. Victoria, su señora, fue quien lo llevó a jugar. Ella era miembro en la época en que las mujeres también jugaban al fútbol de ciegos, pero se tuvo que retirar porque estaba embarazada. Tiene 7 meses de embarazo.
Emiliano nunca había jugado, así que tuvo que aprender a tomar la pelota, controlarla y evitar que se le colara entremedio de las piernas. Lo logró. La mayoría de las pelotas que entran al lado de Colo Colo parten en sus pies.
Ríos, al igual que Elías Panichine, no nació ciego. Cuando tenía 13 años, en una salida a cazar, una escopeta se le descargó dañándole los nervios ópticos. Desde entonces todo fue más duro para él. “Se sufre harto. Entras a una nueva vida y tienes que acostumbrarte a caminar, a andar a oscuras, cruzar una calle. Yo sufrí harto en esa. Cuando me sacaban a clases de Orientación y Movilidad, el cruzar las calles era lo que más me costaba”, cuenta el capitán. Después del accidente, Emiliano debió dejar Mulchén, su pueblo natal, e irse a Valdivia a una escuela de ciegos, donde le enseñaron el sistema Braille y a moverse por sí solo. Pero no pudo evitar caer en depresión y debió abandonar los estudios por varios años. Para terminar la media, se metió en un colegio donde se hacen dos años en uno. Ahí compartió sala con algunos minusválidos y siete sordos y las clases debían ser muy lento y con especial énfasis en la modulación del profesor, para que sus compañeros pudieran tomar apuntes al leerle los labios.
Cuando terminó el colegio, Emiliano estudió masoterapia, donde sacó las mejores notas de su promoción. Actualmente trabaja dos días a la semana en el consultorio Ossandón de La Reina y el resto a domicilio. Pero ahora está metido en el partido y nada lo saca de ahí. El tatuaje de su antebrazo izquierdo, que se hizo por un viejo amor, se le ve claramente. Pesca la pelota y la manda hacia delante en un pase a Mauricio Muñoz, quien se pasa a la defensa alba y define hacia la derecha de Varas. Nada que hacer. Colo Colo pierde 3-0 y no se movió durante todo el encuentro. Suena el silbato. Fin del partido.

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