OJOS QUE NO VEN… CUIDADO CON EL POSTE

Los ciegos se quedan hablando con los postes, doblan cuando hay paredes, caen a alcantarillas y se pasan en las micros. Acá una selección de historias del Sindicato de Comerciantes Ciegos que se atreven a reírse de sí mismos. ¿Qué más negro que el humor que no se ve?

Por Juan Pablo Figueroa L. y Jorge Rojas G.

El hueso con carne
Una vez estábamos en una comida, en un aniversario. Entonces, resulta que andaba por ahí una placa dental. Al lado mío estaba el Jano, que le gusta harto el leseo. Bueno, llegué y en unos tazones estaban sirviendo consomé. Ahí me acordé de la placa y la saqué. Justo este cabro me dijo “voy al baño y vuelvo, que todavía no me sirven”. Ya po, anda nomás. Cuando le sirvieron le eché la placa adentro. Chucha, y resulta que cuando él llegó, empezó a comer.
-Está rico el caldo -le decía al Jano-, puta que está rico el consomé. A mí me tocó un huesito con carne, hueón.
-Sí po, a mí también me tocó un huesito.
-No hueí, hueón.
-Sí po.
-¡Chuta, que suerte!
De ahí el Jano empezó a tocarlo y dijo, “esto no es un hueso, hueón. Es una placa, concha tu madre, a alguien se le cayó”.
-¿Cómo va a ser una placa? –dije yo. Después la saqué, la lavé y la puse donde estaba. El hueón jamás supo quién le había hecho la talla.

Como cuando uno toma cerveza
Estábamos una vez en una fiesta en la Asociación de Ciegos de Chile, ahí en Nataniel, y resulta que había una tina grande y un inodoro. Entonces me dio por ir al baño. Eran como las cuatro de la mañana y habíamos estado tomando cervezas y en la taza había sentado un cabro ciego. ¿Dónde meo, hueón?, pensé. Toqué la tina y me puse a mear po. ¡Aaahhh! Como cuando uno toma cerveza po. Ya po, meé y me fui a seguir chupando con los cabros.
-Chucha, no sabí na’ lo que me pasó, hueón –dijo Francisco Fuentealba, un chiquillo ciego que llegó a la media hora después.
-¿Qué te pasó, hueón?-le contesté.
-Un hueón fue a mear a la tina y me meó enteró, hueón. Yo estaba durmiendo en la tina, po.


El que pestañea pierde
Ésta es la historia de un cabro amigo, el Mendoza. Había otro chiquillo, de apellido López, que se paseaba con una cabra ciega en el internado, en la escuela del Estado. De acá para allá, de acá para allá. Y el Mendoza escuchó una conversación de cuando el López le decía a la cabra: “nos juntamos en el subterráneo, en la leñera. Tú te vai primero y me esperas abajo, donde están las calderas. Yo voy a bajar unos 10 ó 15 minutos después”. El Mendoza, poco avispao’, se fue altiro al subterráneo.
Cuando ella bajó, él ya estaba allá. Esperó un poquito, y mientras ella se quedaba parada, el Mendoza la tocó. Le dice “quédate calladita”, como sacando la voz del otro hueón po, del López. Había unas cuestiones en el suelo, así que la acostó y ahí mismo se la pisó. Y se echó al pollo. Al rato después llegó el pololo de ella.
-Ya, tenemos que irnos, que me pueden echar de menos –le dijo ella al López.
-¿Cómo nos vamos a ir, si no hemos hecho nada?
-¿Cómo que no hemos hecho nada? Si recién hicimos el amor.
-¡¿Qué?! No puede ser, si yo vengo recién llegando.
-Chucha, no sé entonces quién fue, pero me acabo de acostar con otro cabro acá, en el suelo.


El Guille y la Carola
Estábamos con los cabros acá, en un baile y le hicimos la talla al Guillermo con un hueón que es medio ciego y que le gusta hacer el papel de cola, po. Ya estaban todos bailando y de repente le dicen al Guillermo, con una voz suave y femenina, “bailemos, mi amor”. Y salieron a bailar, po. No sabía nada que estaba bailando con un hombre.
-Hay que bailas rico –le decía al Guille al oído.
-¿Cómo te llamas tú? –le preguntaba mientras se le tiraba.
-Carola.
-Podríamos salir otro día.
Yo andaba bailando al otro lado y de repente se me acercó el Guillermo y me dijo “hay una mina que se llama Carola y está súper rica. Tiene el pelito largo y es re tiradora. ¿Te llevó para allá, para bailar?”. Le dije que no, po, que estaba ocupado. De ahí llegó la “Carola” a buscarlo para seguir bailando. Estuvieron ahí toda la noche, como hasta las seis de la mañana, y de ahí el Guillermo se la quería llevó de aquí. Se iban a un motel.
-Yo no me llamo Carola, sino que soy el Richard.
-¡Concha tu madre! ¿O sea que baile toda la noche contigo?
-Claro, po.
-Chucha, y yo pensaba que eras mujer. No le cuentes a nadie.
Pero ya lo sabían todos.



Se te apagó la tele
Uno de los cabros estaba frente a la tele una vez, en su casa, con un primo de él.
-¿Hace cuánto que tienes esta tele? –le pregunto el primo.
-Es vieja.
-¿Pero hace cuánto que la ves?
-Hace muchos años. ¿Por qué?
-Porque esta tele no tiene imagen, po hueón.

¡Un combo caballo!
Antes trabajábamos en una feria, y uno de los cabros había llegado súper temprano para vender escobas. Así que ahí estaba, con sus escobas al hombro. De repente empieza a sentir unos tirones por atrás. “Ya po, concha tu madre, para el hueveo”, decía, pero los tirones no paraban. “Ya po, no hueí más”, y los tirones seguían.
“Ya, a la próxima le voy a mandar un combo en el hocico a este hueón”, pensó. Al siguiente tirón se dio vuelta y mandó un mangazo. Le pegó con todo a un caballo que se estaba comiendo las escobas. Llegó a relinchar el pobre caballo.




Publicado originalmente en The Clinic (26/01/2006 - Especial de Humor Negro)

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