Partamos siendo sinceros: la primera vez que oí de Distintas Latitudes, no tenía idea de lo que era. Eso fue cuando la revista tenía un año y unos pocos meses en la web y su director – haciéndole caso a lo que haya sido que una amiga mexicana radicada en Los Ángeles le contó de mí – me envió un mail para invitarme a participar. Fue entonces que revisé el sitio. Estaba parado, pero en pleno proceso de reactivación. Así que revisé algunos de los textos que aparecían en el archivo. Me encontré con un diario de viaje por la violencia y la injusticia social en Bolivia, un artículo sobre “la población emblema” de la delincuencia en Santiago y un análisis sobre el cine latinoamericano y de cómo éste refleja la realidad en la región. Después de eso, no dudé en sumarme a ese proyecto que ahora celebra dos años de existencia.
Las razones que tuve para acceder fueron tres. La primera: los mejores años de mi infancia los viví en México, por lo que trabajar con gente de allá me parecía muy atractivo. La segunda: en uno de sus mails Jordy Meléndez, el director, me dijo que cuando fuera para allá solventaría mis “gastos de tacos, sopes y tequila hasta por un máximo de cinco días”. La tercera: no había visto nada parecido en la red.

En todo caso, a pesar de los cambios para mejor, quedan muchas cosas por resolver y creo que la exposición de esos temas son los que hacen de Distintas Latitudes un proyecto no sólo innovador, sino que necesario.
Sólo unos meses antes de que Jordy me contactara, pasé unas semanas en Europa con un grupo de periodistas latinoamericanos, compartiendo copas, comidas y conversaciones sobre lo que ocurre en nuestros países, o más bien, de nuestras visiones sobre eso. Cuando me preguntaban sobre Chile –ese Chile previo a la tragedia-show de los mineros- me hablaban de éxito económico, de estabilidad política y social, del ejemplo que supuestamente éramos para otros países de la región y de lo mal que estaban ellos en relación a nosotros.
Y yo les respondía que no era tan así: que mientras las estadísticas presentaban al país en constante crecimiento, los vicios que se han visto siempre en sus países también están vigentes en Chile. Que si el ejemplo es un país donde cuatro familias concentran el 12% del producto interno (una de ellas la del presidente), donde el acceso a la educación y la salud de calidad se definen por la cantidad de dinero que se tenga en los bolsillos, donde las culturas indígenas son pisoteadas a diario, donde el sueldo mínimo de los trabajadores apenas les sirve para cubrir sólo una parte de lo justo y necesario y donde hay corrupción, pobreza y una larga lista de etcéteras, todos estamos condenados.
En esas mismas pláticas (casi siempre con tragos y mucha comida), me di cuenta que de muchos otros países no sabía casi nada más de lo que aparece en televisión y algunos diarios. Entonces, llegamos a la conclusión de que un espacio crítico donde ese tipo de visiones, discusiones y debates convergieran se hace completamente necesario. De hecho, alguno de esos periodistas en algún momento lanzó la idea de crearlo, pero como muchas ideas –la gran mayoría-, murió antes de concretarse. Pero creo que en Distintas Latitudes ese espacio se materializa.
Brindo entonces por los dos años de su nacimiento y por los tacos, sopes y tequilas que me darán cuando vaya a México.
Publicado originalmente en Distintas Latitudes (17/5/2011)
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